viernes, 13 de noviembre de 2009


Era tarde, hacia por lo menos dos horas que debería haberme dormido, pero tenia miedo e impaciencia, quería que mi marido llegara, quería ver al hombre con el que me había casado y oír de el mismo que me habían mentido, que no había escuchado lo que oí, necesitaba saber que juan Carlos Alberto aun me era fiel y que esta noche solo estaba haciendo su trabajo como cualquier otra noche.
Si me encontraba despierta a esa hora, ¿se vería sorprendido? ¿o sabia él que yo ya lo sabia todo?. No era la primera vez que yo lo esperaba despierta en este sillón con un cigarrillo en la mano. No, no era la primera vez, pero... ¿sería esta la última? No lo sabia, tampoco sabia si él iba a volver esta noche. De sus cincuenta y tres años hacia veintidós que volvía. Si, volvía. Volvía... ¿por mi? No lo se, jamas lo supe.
Aquel hombre le mis mejores años, y ahora esperaba que la verdad cruzara por la puerta de madera vieja. Verdaderamente ¿qué esperaba? ¿esperaba acaso que un hombre angustiado viniese corriendo y de rodillas me suplicase perdón? Quizá. Y si no lo hacia ¿que haría yo? Si en cuarenta y siete años no encontré nada mejor, ¿porque iba a hacerlo ahora? ¿saldría por la puerta y me encontraría con mi príncipe azul? No, claro que no, eso solo pasa en los cuentos. Este, no es ningún cuento, esta es la historia de mi vida.
No me había dado cuenta que entre mis delirios un hombre, al que yo conocía bien, había atravesado la puerta, completamente cubierto con un impermeable, sombrero y paraguas todos negros como sus falsos ojos, él estaba ahí, parado, mirándome, sin decir un palabra en el umbral de la casa que compartíamos hace tanto. Se acercó unos pasos, cerró la puerta y creí por una milésima de segundo que iba a pedirme perdón, yo ya no lo dudaba, el me había estado engañando y yo he estado ciega por mucho tiempo, no se por que motivo lo toleraba. Él no se arrodilló, él no me suplicó, él no se disculpó, ni siquiera me deseó buenas noches, él paso por mi lado y no me dijo nada, absolutamente nada. hasta pasó sin mirarme como si de verdad yo no estuviese ahí. Pasó por mi lado, entró a mi habitación y se recostó sobre mi cama, del mismo modo en que se había recostado sobre mi vida.
Se me nubló la visión y mi corazón saltó de su lugar. De repente, no recuerdo mas nada, debí haberme dormido, con las lágrimas en los ojos, lágrimas que me seguían segando, que me seguían lastimando.
He despertado, he vuelto a ver y lo veo a el, preparando su café.
Cozzolino, Georgina

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